lunes, 9 de agosto de 2010

Bogotá: sus distintos nombres, en broma y en serio


Por Óscar Alarcón

A Bogotá se le ha conocido con varios nombres. A pesar de que Jiménez de Quesada la llamó Santa Fe, los indígenas la denominaron Bacatá, pero después resultó llamándose Santa Fe de Bogotá, nombre que retomaron los constituyentes del 91 y que luego el Congreso revocó por reforma constitucional de 2000. El Libertador Simón Bolívar, durante el Congreso de Angostura, expidió varios decretos, entre otros, uno en donde se establecía que la capital sólo se llamara Bogotá, como un acto de independencia frente al nombre de Santa Fe que le habían dado los españoles. Después llegó un embajador argentino, amante del tango, del vino y de la bohemia quien, sorprendido por las artes y los calambures de los poetas bogotanos del siglo XIX, le dio por llamarla la Atenas Suramericana.

Bogotá creció con la inmigración de gentes de todas las zonas del país, y las diversas costumbres, confluidas en las frías noches por los costeños (de ambas costas), los vallunos, los llaneros y los opitas, la convirtieron en la Apenas Suramericana. Luego, con el narcotráfico y el sicariato, la ciudad dejó de ser fría y las gentes ya no se vestían de negro ni los hombres usaban sombrero, como en los tiempos del 9 de abril. Se volvió la Tenaz Suramericana.

La gran cantidad de boyacenses y la elección como alcalde de uno de sus hijos, Jaime Castro, escogido por su trayectoria, pero también por la colonia, hizo que a la capital se le llamara Santa Fe de Boyacá.

El estado de las calles hizo que también se le conociera como Huecotá. La alcaldía del profesor Mockus, con sus mimos, con sus campañas educativas, con su matrimonio en una carpa de circo, hizo que se le conociera como Antanas Suramericana. Pero como siempre está en obra, también la llaman la Negra Suramericana. Y confiamos en que muy pronto se convierta en la Bella Suramericana, a pesar de que mis paisanos costeños, parodiando a Medellín, la ciudad de la Eterna Primavera, la llaman ‘la ciudad de la Eterna Llovedera’.

Cuando se creaba Colombia en el Congreso de Angostura, de la cual iban a ser parte el virreinato de la Nueva Granada, la capitanía general de Venezuela y la Real Audiencia de Quito —confederación que después se le conocería como la Gran Colombia— en esa Ley Fundamental adoptada el 17 de diciembre de 1819, se dijo en el artículo 7º:

Artículo 7º. Una nueva ciudad que llevará el nombre del Libertador Bolívar, será la capital de la República de Colombia. Su plan y situación se determinarán por el primer Congreso General bajo el principio de proporcionarla a las necesidades de los tres departamentos y a la grandeza a que este opulento país está destinado por la naturaleza.

La norma fue ratificada en la Ley Fundamental de la Unión de los Pueblos de Colombia en el Congreso de Villa del Rosario de Cúcuta, que presidió José Ignacio de Márquez, el 12 de junio de 1821. Decía en el artículo 10º:

Artículo 10º. En mejores circunstancias se levantará una nueva ciudad con el nombre del Libertador Bolívar, que será la capital de la República de Colombia. Su plan y situación serán determinados por el Congreso, bajo el principio de proporcionarlas a las necesidades de su vasto territorio y a la grandeza a que este país está llamado por la naturaleza.

Es decir que se pretendía crear una ciudad capital más o menos central entre los tres departamentos. Pero la idea no prosperó, porque lo que más tarde se llamaría la Gran Colombia, nombre que jamás fue oficial, se disolvió poco tiempo después.

Por esa razón, Bogotá siempre ha sido la capital del país y de ella nos sentimos orgullosos, sobre todo quienes la hemos adoptado como nuestra, a pesar de no haber nacido aquí. La verdad es que esta ciudad se hace querer. Ya dejó de ser la urbe remota y lúgubre donde caía la llovizna insomne, con hombres demasiado de prisa, vestidos de paño negro y sombreros duros, como la describe García Márquez cuando en los años cuarenta la vio por primera vez.

Hoy es de sol radiante, de vestidos claros, hombres sin chaleco y sin gabardina, de ropa informal, de mujeres con ombligos al aire y pechos semidescubiertos, con cafeterías modernas en donde el tinto se ha cambiado por el capuchino y la mogolla por el croissant. Es una ciudad de mostrar, con avenidas, parques, Transmilenios. Tiene todos los climas: bien entrada la noche y al amanecer, hace un frío de invierno; al mediodía, el calor a veces resulta sofocante y en el resto del día, el clima es primaveral.

El acento bogotano, que caracterizaba a las familias de La Candelaria, es prácticamente inaudible ante los gritos costeños, el voseo valluno, la dejadez sonora de los opitas y el cántico de los paisas.

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